segunda-feira, 14 de fevereiro de 2011

o milagre das folhas...*

"Não, nunca me acontecem milagres. Ouço falar, e às vezes isso me basta como esperança. Mas também me revolta: por que não a mim? Por que são de ouvir falar? Pois já cheguei a ouvir conversas assim, sobre milagres: “Avisou-me que, ao ser dita determinada palavra, um objeto de estimação se quebraria.” Meus objetos se quebram banalmente e pelas mãos das empregadas. Até que fui obrigada a chegar à conclusão de que sou daqueles que rolam pedras durante séculos, e não daqueles para os quais os seixos já vêm prontos, polidos e brancos. Bem que tenho visões fugitivas antes de adormecer – seria milagre? Mas já me foi tranquilamente explicado que isso até nome tem: cidetismo, capacidade de projetar no campo alucinatório as imagens inconscientes.

Milagre, não. Mas as coincidências. Vivo de coincidências, vivo de linhas que incidem uma na outra e se cruzam e no cruzamento formam um leve e instantâneo ponto, tão leve e instantâneo que mais é feito de pudor e segredo: mal eu falasse nele, já estaria falando em nada.

Mas tenho um milagre, sim. O milagre das folhas. Estou andando pela rua e do vento me cai uma folha exatamente nos cabelos. A incidência da linha de milhares de folhas transformadas em uma única, e de milhões de pessoas a incidência de reduzí-las a mim. Isso me acontece tantas vezes que passei a me considerar modestamente a escolhida das folhas. Com gestos furtivos tiro a folha dos cabelos e guardo-a na bolsa, como o mais diminuto diamante. Até que um dia, abrindo a bolsa, encontro entre os objetos a folha seca, engelhada, morta. Jogo-a fora: não me interessa fetiche morto como lembrança. E também porque sei que novas folhas coincidirão comigo.

Um dia uma folha me bateu nos cílios. Achei Deus de uma grande delicadeza."
Clarice Lispector...

*versión en español abajo en los comentarios...

Um comentário:

Tiago Elídio disse...

El milagro de las hojas

No, nunca me suceden milagros. Oigo hablar, y a veces eso me basta como esperanza. Pero también me subleva: ¿por qué no a mi? ¿por qué sólo oir hablar? Pues ya llegué a oír conversaciones de este tipo, sobre milagros:"Me avisó que, al pronunciarse determinada palabra, un objeto querido se rompería". Mis objetos se rompen banalmente y en manos de las empleadas. Hasta me vi obligada a reconocer que soy de aquellos que cargan piedras durante siglos, y no de aquellos que tienen servidos los guijarros, pulidos y blancos. Sí tengo visiones fugitivas antes de adormecerme- ¿sería esto un milagro? Pero me explicaron muy parsimoniosamente que esto incluso tiene nombre: "eidetismo", capacidad de proyectar en el campo alucinatorio las imágenes inconscientes.

Milagro, no. Sino casualidades.Vivo de casualidades, vivo de líneas que inciden una en la otra y se cruzan y en el cruce forman un leve e instantáneo punto, tan leve e instantáneo que está más bien hecho de pudor y secreto: apenas empezara a hablar de él, me encontraría hablando de nada.

Pero tengo un milagro, sí. El milagro de las hojas. Camino por la calle y con el viento me cae una hoja exactamente en los cabellos. Esa peripecia en la serie de millones de hojas transformadas en una única, y de millones de personas, la peripecia de reducirse a mí. Esto me sucede tantas veces que he llegado a considerarme modestamente la elegida de las hojas. Con gestos furtivos me saco la hoja de los cabellos y la guardo en la cartera, como al más diminuto diamante. Hasta que un día, al abrir la cartera, encuentro entre los objetos la hoja seca, encogida, muerta. La tiro; no me interesa un fetiche muerto como recuerdo. También porque sé que nuevas hojas coincidirán conmigo.

Un día una hoja chocó con mis pestañas. Me pareció una gran delicadeza de parte de Dios.